X era pintora y tenía dos hijos. Como vivía en una casa antigua aprovechó el pasillo para exponer sus lienzos; los fue colgando en fila a la altura de los ojos. Al tiempo, los niños alcanzaron esa edad en la que uno considera la gravedad un enemigo batible: se aficionaron a hacer el pino. Comenzaron a practicarlo apoyando la cabeza sobre una almohada, pero enseguida aprendieron a hacerlo con las manos; cada intento exitoso suponía un cuadro en el suelo, un cristal craquelado, un marco descascarillado. Una mañana, X sacó la caja de herramientas y subió los lienzos cuarenta centímetros. Poco duró la calma: entre el estirón y el impulso vital los hijos de X ampliaron su radio de acción; más cuadros causaron baja.
Los amigos de X son intelectuales y pertenecen a una corriente llamada «El inconformismo distinto». Esta tarde se han asombrado ante esa larga línea de cuadros expuesta en lo alto, justo en la linde entre techo y pared. Al llegar a casa han hecho lo propio, para crear tendencia.
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1 comentario:
Abajo con esa tendencia; qué va a ser de mí, que mido uno-cincuenta.
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