De tanto oírlo, S terminó creyendo que existen arañas que nacen del polvo. Sus primos sabían que era una treta de la abuela; dado el terror de S a los opiliones, más valía afirmar que surgían de la nada porque así pensaría que, igualmente, morirían en ella. Al hacerse mayor, la vida sentimental de S fue una sucesión de hombres con poco fuste; terminó creyendo que nacían del polvo y que, igualmente, en él se transformarían.
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