H era un entusiasta de las promociones. Siempre estaba al tanto de lo que se regalaba al comprar un periódico, al completar una encuesta o al rellenar un cupón. Tenía la casa llena de minerales, de relojes con historia, de muñequitas de porcelana y plumas con tradición. Un día se le ocurrió, voy a ser yo el que reparta alegría. Durante una semana estuvo preparando paquetes y bombos para sorteo. Después llamó a sus amigos; cada vez que quedéis conmigo iréis ganando puntos. Cuanto más crezca vuestra lista de méritos, tanto más fácil os será conseguir regalos. Ellos le vieron la gracia; citarse con H suponía un paso adelante para obtener la licuadora o el chaleco reflectante. Pero, con el paso del tiempo, esto les fue generando ansiedad: ya no importaba la compañía de H, sino su duración; una diferencia de diez minutos podía suponer la pérdida de una fondue. Defraudado, H cerró el concurso y sus amigos no encontraron nada con que canjear los puntos acumulados.
Fotocortesía: Pepe Lillo07 marzo 2010
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5 comentarios:
Qué rácana eres con tus lectores. Te voy a secuestrar y a encadenar a un teclado para que publiques más. Lo necesitamos.
OLI I7O
Yo tengo muchos puntos acumulados y no encuentro la forma de darles salida. Si alguien monta una tómbola que me avise.
Por cierto, el libro el oficinista, es el mejor libro que he leído en los últimos años.
Pepe Lillo,
Oli: ese encadenamiento al teclado se me antoja terrible. ¿Y si me paso a un sistema de transcripción de voz?
Pepe: yo a veces me monto autotómbolas. Es una idea.
Nunca pensé que en el fondo de una amistad hubiese una invisible licuadora.
¡Me ha encantado!
besos
Sinse, te dejo elegir: tostadora, cascanueces o calcetines gordos. No me queda más.
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