17 enero 2010

La espera

Esto era insólito. Un fajo de cartas atestaba el buzón, a punto de reventar por el exceso. Al abrirlo todas cayeron al suelo; agachado, T las ordenó, las cribó y revisó los remitentes: ni uno solo conocido. Mientras subía, recordó que el móvil no había dejado de sonar durante horas. Horror: ciento diez llamadas perdidas. Ningún nombre familiar. Se preguntó qué habría ocurrido para que tantas personas reclamaran su presencia. Al girar la cerradura, oyó el griterío y soltó la llave. Alguien abrió; somos tus amigos. Yo no tengo amigos, replicó T. Intentó retroceder, regresar a su pasado, pero lo cogieron en volandas y lo sumieron en un mar de besos. Lo voltearon, lo abrazaron, qué ganas teníamos de verte. Mientras le servían una copa se fijó en K; recordó que, en una ambulancia, se había enamorado de una doctora clavadita a ella.

L A M I C R O S C O P I S T A ©

4 comentarios:

Retroclásica dijo...

Qué retorno tan bueno. Conozco esa arena y esa pleamar (sin duda, es la pleamar de mi vida), y bajar de Ulía rozando el Mompás es una de mis rutas de paseo preferidas.

Gora Donostia! Gu beti pozez, beti alai!

La microscopista® dijo...

Qué envidia me das, Fanny, con ese espíritu de tamborrada...

Andrés dijo...

Pobre T. No sé si eso es una fiesta sorpresa, pero se le parece; se me escapa en cambio lo de la doctora. Hay un artículo muy bueno de Javier Cercas para abolirlas:

http://www.elpais.com/articulo/portada/Alarma/roja/elpepusoceps/20090920elpepspor_2/Tes

Un abrazo, y ma alegro de tu retorno. Que no decaiga. A.

La microscopista® dijo...

Vaya susto, Andrés. Pensé que proponías abolir a las doctoras.