Una vez al trimestre tocaba peluquería. Z telefoneó para reservar hora; cuando colgó su hijo le dijo, si todavía lo tienes corto, mami. Buscó su reflejo y comprobó que el chaval estaba en lo cierto; el pelo no le había crecido. Esa tarde Z observó el lavabo después de peinarse. Ni un solo cabello. Llamó a su marido, algo le ocurre a mi ritmo capilar. Él se pasó la mano por la barbilla, inquieto por la coincidencia; hacía semanas que no se afeitaba. Corrieron a escudriñar almohadas, capuchas, embozos y cepillos. La conclusión fue palmaria: ni vello ni cabello daban muestras de evolución en aquella casa. Asustados, esa noche hicieron balance. Dos años con el mismo salario, cientos de excusas para posponer proyectos, idéntica cifra de glucosa desde la última revisión. De un tiempo a esta parte —además— la vida se les había llenado de quejas paralizantes. Al apagar la luz se abrazaron pensando cómo afrontar un futuro sin novedad.
L A M I C R O S C O P I S T A ©
6 comentarios:
Glubs. ¿Y las uñas?
Bueno, desde el punto de vista masculino y cincuentón, no encontrar cabellos en el lavabo puede incluso resultar una buena noticia; así que quien no se consuela es porque no quiere ;) AM
Fanny: Las uñas también (una tragedia, esos cinco minutillos de corte de uñas sirven de relajación ¿no?).
Andrés: en cierto modo tanto Z como consorte saldrían beneficiados. Ella alcanzaría la depilación definitiva, qué felicidad.
No había caído en lo de la depilación definitiva. ¡Que tiemble Corporación Dermoestética!
He disfrutado de verdad leyendo. Me hicieron recordar un poco a Cortázar.Mi favorito, el de la goma de nata...¡encantador!
Cuánto me alegra, A, que estas historias te hayan hecho feliz durante unos minutillos.
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