El pato le parecía, en principio, un animal bastante amable. Por eso solía pasarse al salir del colegio por la plaza Guipúzcoa. Allí varios ánades se dejaban querer por un poco de pan; B les llevaba una bolsa con las sobras de la víspera y disfrutaba observando aquella concentración de picos en lucha por un corrusco. Pronto reparó en que había uno que nunca se apuntaba al festín; era el menos colorido y tenía una calva sobre el ala derecha. B se propuso ganar su confianza; saltó la valla para darle la comida en persona. El palmípedo retrocedió. C le tendió la mano. El pato le tendió la pata. A partir de entonces se hicieron pluma y carne; para B no había más patos en el mundo y éste fue recuperando su plumaje tornasol. Una tarde B llegó al estanque y éste estaba vacío; un bando alertaba de no sé qué control veterinario ante la amenaza de gripe aviar. El día del pleno municipal, el padre de B se pasmó al ver a su hijo en el telediario gritándole al alcalde dónde está mi pato.
L A M I C R O S C O P I S T A ©
1 comentario:
Y el alcalde, como siempre, metiendo la pata.
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