Cuando le iban a sacar sangre siempre le acompañaba su padre. N sentía bastante respeto por las agujas, pero le compensaba: al salir desayunaban en la cafetería que quedaba junto al ambulatorio. Qué vas a querer, le preguntaba. Como si no supiera que N iba a pedirse un chocolate y un cruasán. Años después su padre sucumbió a una leucemia. Pese a todo, N mantuvo la ilusión por conservar esta ceremonia de la sangre y el cruasán. Una vez al mes acudía a la consulta; creo que tengo anemia. Su médico le contestaba, imposible; hace un mes tus hematíes cumplían el estándar. Pero N insistía, en cuatro semanas pueden cambiar las cosas. Al final el doctor accedía y le daba fecha para la prueba; la mañana en que le tocaba, lo veía desde la consulta removiendo su chocolate en el bar de la esquina.
L A M I C R O S C O P I S T A ©
1 comentario:
Y es que a N ya apenas le gustaba el chocolate, sus papilas ya no eran las de siempre, sus recuerdos, sin embargo, cada día tenían más sabor.
PD. Un gusto: el chocolate y leerte.
Pepe Lillo
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