Antes de conocer un nuevo destino, a Q le gustaba comprobar cuál era el grado de ansiedad de los habitantes de ese lugar. De ahí su hipótesis de las púas. Su amigo cartógrafo le suministraba fotografías aéreas; éstas le permitían distinguir si los puntos que aparecían sobre los pasos de cebra se entrecruzaban como las púas de un peine, o si, por el contrario, seguían una trayectoria caótica. Porque Q había encontrado un indicativo del estrés urbano: la manera en que la gente cruza los semáforos. En las capitales, por ejemplo, pocos peatones andan en línea recta; en su afán por ganar unos segundos se desplazan en diagonal —según la dirección que les conviene— alterando la senda de los que vienen de frente. Traspiés, etcétera. En cambio, las ciudades pequeñas revelan peinetas perfectas. (Q se entretuvo varios años con esta estupidez; al jubilarse regresó al pueblo y se percató de que hay otros muchos que no han visto un paso de cebra en su vida.)
L A M I C R O S C O P I S T A ©
2 comentarios:
Mhh, tiene su sentido. Pero... ¿cómo los atraviesan en el País Vasco? Gracias por tu último comentario: por fin entendí donde y porqué se cerraba el círculo. AM
En San Sebastián, que es donde nací, cada vez más en oblicuo. Si me pongo sentimental me da un poco de pena, será por ese sentido de pertenencia que nos hace pensar que una ciudad es nuestra por más que ya no vivamos en ella.
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