A todo le buscaba Ñ un fin. Cosa que consideraba inútil, cosa que ignoraba. Por eso no le gustaba viajar, ni montar a su sobrino en el tiovivo, ni gastarse el dinero en cruasanes. Lo veía efímero. A menudo los demás le decían, te estás perdiendo la finalidad oculta. Sirva como ejemplo lo que le ocurrió con una bolsa de miraguano. Había entrado con su madre en una colchonería; según ella, los cojines necesitaban rejuvenecer. Lo primero que le salió a Ñ fue disentir; el miraguano es un timo. Los cojines pueden rellenarse de cualquier cosa. De retales, de ovillos. De calzoncillos viejos. En cambio su madre insistía, el placer que nace de lo invisible, la suavidad. Esa noche Ñ soñó que era infeliz; al abrir la almohada sacaba un montón de calcetines que iba lanzando por la ventana bajo una nevada inclemente. De pronto se sorprendía por no sentir frío en las manos; un copo le daba la respuesta: que no soy de nieve, que soy de miraguano.
Aviso a navegantes: antes de hacer la foto lancé un libro al montón.L A M I C R O S C O P I S T A ©
3 comentarios:
Mmm... ¿y qué libro era?
(Qué musical suena la última frase)
OLI I7O
Ni idea, lo tiré boca abajo.
¿El libro o tú?
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