04 enero 2009

Polos

Tras el paseo de rigor, D llamó a su foxterrier para dejarlo en casa. Conforme se acercaba vio que algo brillante le colgaba de la correa. Un broche verde. Cuando fue a examinarlo, una intensa fuerza magnética hizo que los dedos se le quedaran pegados a él. D sacudió el brazo a derecha e izquierda, pero no hubo forma. El broche y su piel formaban una sola sustancia. Subió a casa, donde no pudo ponerse el abrigo: con el perro adherido no le entraba la manga. Al llegar a la oficina llamó a su colega; tío, échame un cable. E lo miró, miró su mano, miró al foxterrier. No daba crédito. Se fueron al baño; forzarían la separación poniendo una puerta de por medio. Primer intento nulo. Segundo válido, aunque con un pomo roto. Resultado: el perro aturdido, el broche hecho añicos y la mano de D, liberada; se abrazaron. Mientras tanto se aproximaba por el pasillo B, la Directora General. Lucía un broche verde en el pecho. Cuando los vio salir se dispuso irremediablemente a felicitar a D por su próximo ascenso. Después vino la bofetada. Hoy son pareja.

L A M I C R O S C O P I S T A ©

1 comentario:

Retroclásica dijo...

A eso le llamo yo atracción fatal. Me lo he pasado pipa imaginando la secuencia.