Fue por entonces cuando K dejó de recibir facturas a su nombre; todas ellas, incluidas las del catastro, agua y gas, llegaban dirigidas a G. Martín y eran abonadas, según confirmó, con estricta puntualidad. Ayer, cuando sonó el telefonillo, K descolgó y oyó un «abre, cariño». Corrió al horno a remover las perdices al oporto: G iba a perder la cabeza por sus platos de caza.
L A M I C R O S C O P I S T A ©
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