15 junio 2008

El prisma

Muchas veces pensamos que hemos vivido lo máximo, hasta que llega un nuevo máximo que derriba al anterior.

El día que se conocieron, L llevaba encima toda la paleta de color. Las gafas verdes, el fular azul y las uñas en tono cereza. Había sacado el vestido fucsia de la funda antipolillas y dado lustre a sus sandalias plateadas. Se sentía una gran desconocida, y como tal había entrado en la frutería para pedir, con acento alemán, medio kilo de albérchigos. Después se había paseado hasta la Barceloneta saboreando aquellas frutas tan color melocotón y, con el cucurucho vacío, había alcanzado la línea de tumbonas. Qué retador le pareció aquel sol naranja. Concluyamos: L había lanzado los huesos al mar. Justo en la misma coordenada en la que, con ayuda de alguna corriente, él iba a desembarcar de una isla con más color que la suya.

L A M I C R O S C O P I S T A ©

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