18 junio 2008

Principios

La vida es un ovillo. Y mejor no buscarle los cabos.

Me diagnosticaron el síndrome de Wit-Marvelor con siete años recién cumplidos. Mi padre, que confiaba más en las enciclopedias que en los doctores, permaneció callado en la consulta mientras oíamos aquello de déficit enzimático y distrofia del hipocampo. Al llegar a casa se apresuró en dirección a la estantería y, con el tomo abierto en la W, leyó la entrada en voz baja y convocó a mamá y a T. Entonces nos lo tradujo: la niña confunde los finales con los principios. A mamá se le engancharon las agujas de tejer, aunque enseguida rectificó su trayectoria; T succionó el chupete y me abrazó.

A partir de aquel día comprendimos. Yo sólo veía principios. Lo que para mamá era el final de un paquete de macarrones, para mí era el comienzo de cocinar espaguetis. ¿Que se acababan las medias limpias? Mis piernas empezarían a broncearse. ¿Corte repentino de luz? Estrenaríamos velas de olor. Os lo dice una Wit-Marvelor: pasar una hoja de calendario no significa que algo termine, sino que otra cosa distinta comienza.


L A M I C R O S C O P I S T A ©

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