23 abril 2010

Lo pequeño

Llevaba un rato asomado a la ventana cuando descubrió una trampilla bajo sus pies. D levantó la tapa y vislumbró, muy al fondo, una gran masa de objetos. Dedujo, acabo de desvelar lo infraordinario. Sin pensarlo dos veces bajó; dejaba atrás el mundo de lo ordinario. Al principio le abrumó la miríada de detalles que se amontonaban en el subsuelo: guiños, canicas, pendientitos de bola, mondas de lapicero. Pero al cabo de un rato comprobó que cada una de esas nimiedades tenía un significado descomunal (menudo mundo ese que a ojos de muchos no existe). Movido por la curiosidad comenzó a rebuscar por si algún objeto pudiera ser suyo, hasta que dio con él: un botón que Z le arrancó con intención el día en que se conocieron. De pronto un ruido, la trampilla se estaba cerrando. D miró hacia arriba y no le importó quedarse.

6 comentarios:

Andrés dijo...

Lo infraordinario: nunca había pensado que había un escalón por debajo de lo ordinario (nivel, por lo demás, ya delicioso). Un beso, A.

La microscopista® dijo...

En realidad está todo al mismo nivel, ¿verdad? Sólo es cuestión de llevar una lupa. Un beso, J.

Andrés dijo...

Sí. Y sólo ahora caigo en que es cosecha de mi autor preferido de los últimos meses, GP. A

Retroclásica dijo...

¿Y dónde está lo extraordinario? ¿En el ático?

La microscopista® dijo...

Sin duda. Enfrente de la casa de mis padres había una parroquia, y siempre recuerdo su azotea llena de ropa interior de monja. No sé por qué me parecía algo extraordinario.

Andrés dijo...

Hombre, desde luego: ver ropa interior de monja colgada en la azotea es algo extraordinario.