Llevaba un rato asomado a la ventana cuando descubrió una trampilla bajo sus pies. D levantó la tapa y vislumbró, muy al fondo, una gran masa de objetos. Dedujo, acabo de desvelar lo infraordinario. Sin pensarlo dos veces bajó; dejaba atrás el mundo de lo ordinario. Al principio le abrumó la miríada de detalles que se amontonaban en el subsuelo: guiños, canicas, pendientitos de bola, mondas de lapicero. Pero al cabo de un rato comprobó que cada una de esas nimiedades tenía un significado descomunal (menudo mundo ese que a ojos de muchos no existe). Movido por la curiosidad comenzó a rebuscar por si algún objeto pudiera ser suyo, hasta que dio con él: un botón que Z le arrancó —con intención— el día en que se conocieron. De pronto un ruido, la trampilla se estaba cerrando. D miró hacia arriba y no le importó quedarse.
23 abril 2010
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6 comentarios:
Lo infraordinario: nunca había pensado que había un escalón por debajo de lo ordinario (nivel, por lo demás, ya delicioso). Un beso, A.
En realidad está todo al mismo nivel, ¿verdad? Sólo es cuestión de llevar una lupa. Un beso, J.
Sí. Y sólo ahora caigo en que es cosecha de mi autor preferido de los últimos meses, GP. A
¿Y dónde está lo extraordinario? ¿En el ático?
Sin duda. Enfrente de la casa de mis padres había una parroquia, y siempre recuerdo su azotea llena de ropa interior de monja. No sé por qué me parecía algo extraordinario.
Hombre, desde luego: ver ropa interior de monja colgada en la azotea es algo extraordinario.
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