Si por algo se caracterizaba M era por su testarudez. A todo hacía oídos sordos. Tras probar suerte en varios empleos, comenzó a trabajar como dietista-nutricionista en el zoo. Ya en la ronda de presentaciones entró en franca colisión con la figura estrella del parque: el león albino. No le entraba en la cabeza que pudiera existir una fiera sin melanina. Siguiendo el protocolo encargó un hematocrito del felino; éste reveló, tal y como sospechaba, que el animal adolecía de un exceso de triglicéridos. Ante el estupor de los empleados, M decidió instaurarle un estricto programa de dieta mediterránea. El primer día el personal se negó a ofrecer menestra al león, así que M abrió la jaula; el felino miró el plato y la melena se le convirtió en una corona de púas. Al sentir el colmillo en el glúteo, M contempló la posibilidad de haberse equivocado.
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3 comentarios:
¡Jajajajaaa! ¡Qué imagen final!
OLI I7O
Yo también confieso haber mordido a mi dietista. Ahora no puedo, por la ortodoncia. Ni morderla ni zamparme un chuletón.
Qué profesión de alto riesgo, la de dietista.
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