Al mediodía su marido la subió en volandas; nos ha tocado la lotería. Según la alzaba notó que había ganado unos kilos; incapaz de sostenerla, los dos se vinieron al suelo. Mientras él estiraba el décimo arrugado, ella acudió a la báscula. Qué barbaridad. Se dieron un beso y G salió corriendo, esa tarde confirmaban su promoción. A medida que se fue acercando a la agencia notó que todo le suponía un esfuerzo: girar el volante, sacar la llave, apartar los documentos que se acumulaban sobre la mesa. Arrastrando los pies se fue al despacho del jefe. Tiene Vd. el ascenso, pero la nómina deberá esperar. Eso sí, las tarjetas de visita se las cambiamos enseguida. Estupefacta, G sintió una sobredosis de gravedad; se hundía en la silla cual cachalote de oficina. De pronto recordó el décimo, su pasión por desayunar despacio, su afición por bailar claqué. Ante la mirada de su jefe se quitó la blusa, se arrancó la falda y dando taconazos salió del despacho más ligera que una pluma.
L A M I C R O S C O P I S T A ©
20 diciembre 2009
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6 comentarios:
Cómo me gusta ese edificio wagneriano de las dos panochas, Gran Vía, enfrente de tí. A.
¿Wagneriano?
Sí: de Otto Wagner, arquitecto vienés de principios del XX, y padre del estilo "Secesión". ¡Que lo pases bien! AM.
...La gorda de navidad??? jejejejeje.....olvidó en la blusa el décimo??...que pasará para el sorteo de niÑo???...jejejeje....nos quedaremos sorprendidos,
Julía. FELICES FIESTAS, y un beso gOrdO GorDo!!
Andrés y Wagner, Plegador y el misterio del Niño: gracias por seguir estos relatos, y que descanséis estos días.
Feliz navidad, por aquí todos igual de flacos. Un beso.
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