12 marzo 2009

Natura

Si algo le aterraba a U, eso era lo exponencial. Todo aquello que creciese de forma explosiva le hacía pensar en su propia pequeñez. Por eso no pudo leerse La peste, porque se ponía enfermo. (Por listo que sea el hombre, la naturaleza siempre acaba haciendo limpieza.) A modo de terapia para controlar su fobia, U se compró una yogurtera: se había propuesto dominar el proceso de multiplicación bacteriana. Un inóculo inicial y dispondría de yogures caseros para siempre; bastaba con añadir leche y dejar trabajar a los bacilos durante el tiempo preciso. Si se quedaba corto la leche no cuajaría; si se pasaba, los microbios lo irían invadiendo todo. Así transcurrieron los días, hasta que una mañana, al cambiar el fluorescente de la cocina, U pisó en falso y se rompió la cadera. Tardaron horas en socorrerlo, él gritaba la yogurtera la yogurtera y el médico del sámur dijo, demasiado agitado, hay que sedarlo.

L A M I C R O S C O P I S T A ©

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hmm, curiosa paradoja (no aprendemos nunca): ¿porqué quiso U jugar con fuego exponencial bacteriano si sabía que eso le iba a causar grandes riesgos y grandes angustias?

La microscopista® dijo...

He hablado con U. Me dice que el pensar por un momento que podía vencer sus propias limitaciones le hizo olvidar todo lo demás.