B trazó un zigzag sobre el plano. La ruta podría variar cada día; lo único inamovible eran el origen y el destino (su nueva casa y la oficina). Como era verano, otra variable se introducía en el recorrido: una acera avanzaba por el sol y la de enfrente por la sombra. B, que se tenía por discreta, eligió la sombra. Durante varios días estudió el camino y cronometró el tiempo empleado. Pero pronto sintió frío; se cambió a la acera soleada. Tal y como anticipaba, la visibilidad le hizo sentir más incómoda, aunque descubrió que ir por la luz tenía otras ventajas. Más color, más calor. Más identidad. B se acostumbró a andar por la acera del sol. Una mañana, una urraca en vuelo rasante le arrancó el collar y se lo llevó, desafiante, en el pico. Recuperada del susto, B buscó su reflejo en un escaparate (con el sol fue más fácil) y así, desprovista de adornos, se vio bien. Porque B, pese a todo, se tenía por discreta.
L A M I C R O S C O P I S T A ®
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3 comentarios:
Ya echaba de menos la microdosis.
¡Gracias por volver!
Sois unos soletes.
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