En la sala de espera, cuatro manoplas se incorporan. Dos de ellas son manoplas de voluntario (V). Las otras dos, forradas de borrego, protegerán diez dedos ancianos frente a los rigores de la Meseta.
Después de que las manos de V hayan guardado libros, estirado mangas y ajustado bufandas, cuatro manoplas traspasan el umbral del ambulatorio en una secuencia que —por lo variada— intentaré describir: una de ellas sobre un bastón, la otra sobre un hombro; una tercera en un bolsillo de plumífero y la cuarta asiendo varias bolsas de supermercado. Van a la farmacia, de donde saldrán con una pomada de corticoides y tres cajas de juanolas. Luego, en la parada del 16, les dará por estrujarse o darse palmadas, contagiadas por el resto de guantes haciendo lo propio al amparo de la marquesina.
Al llegar a casa, las manoplas de V se quedarán sobre el sillón, el mismo donde los dedos artríticos ya estarán abriendo un libro para acariciar, línea a línea, historias contadas por otros. Mientras, las manos de V —fuertes o suaves, según el momento— abrirán la cómoda para sacar hule, mantel, dos platos llanos y dos hondos, que hoy toca sopa.
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