F decide comprobar cuántas personas le quieren. Como el truco de dejarse un cuello subido para ver quién se lo recoloca está muy gastado, opta por plantarse una pegatina rosa en el hombro. F piensa que todo aquel que se preocupe por él reparará en que lleva una pegatina en el hombro y se la quitará. Transcurre la mañana. F se ha cruzado con E (la rubia de Administración), N (la morena de Fotocopias) y D (la castaña de Financiero) y ninguna de ellas le ha señalado que lleva algo pegado en el hombro. F se pone una nueva pegatina sobre la anterior. A las cuatro, va al aseo y se mira en el espejo: siguen ahí. A las cinco, F se pasea pasillo arriba-pasillo abajo con el hombro ligeramente elevado. Varias miradas se posan sobre sus pegatinas, pero eso es todo. Al día siguiente, no se cambia de camisa y añade otra pegatina rosa. Etcétera. Al cabo de cuatro meses F queda adherido, en un desgraciado accidente, a un cable de alta tensión. Los testigos se espantan de lo mugriento de su camisa, mientras un niño desde una sillita se fija en esa torre de pegatinas que sobrepasa el metro y medio.
L A M I C R O S C O P I S T A ©
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