Era el tercer día que S me seguía, así que decidí propiciar el encuentro. La víspera y antevíspera me había vestido de negro, y supuse que ese era el motivo por el que S había permanecido lejos (en la esquina frente a mi portal, en el espacio del autobús reservado a las sillas de niño). Así que aquel día me puse el vestido rojo. El rojo desprende energía, la energía propicia los encuentros y yo quería conocer a S.
El resultado fue instantaneo: en la panadería sentí que, efectivamente, S esperaba tras de mí en la cola. Entonces me giré y le pregunté, disculpe, no sabrá la diferencia entre una chapata y un pan de pueblo. Él me miró azorado y solo acertó a decir que no hablaba español, pero que de hablarlo tampoco habría conocido la respuesta. Ojalá yo supiera inglés, pensé, porque comienza a gustarme el rojo.
L A M I C R O S C O P I S T A ©
1 comentario:
¡Ojalá yo supiera inglés! Cuántas veces he tenido ese pensamiento... como si eso me fuera a poner en igualdad de condiciones con ella.
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