Su madre le dejó en herencia un manojo de llaves. F se pasó los días buscando por el pueblo las cerraduras que tales llaves abrían: el refectorio de la iglesia, el establo de M, el desván apolillado de V. Le llevó años dar con ellas; aquel llavero heredado le permitió conocer uno a uno a todos sus vecinos que, intrigados por el misterio, le abrían las puertas de casa y lo invitaban a comer. Cuando cumplió noventa años sólo le quedaba un llavón por investigar. Se pasó meses repasando los payos, pajares y capillas que le faltaban; ningún portón cedió a su insistencia. Un día de labor se le ocurrió probar en el cementerio: le tembló la mano al ver que el bombín giraba a la par que su muñeca. Recorrió la senda hasta la tumba de su madre, quien se levantó para pedirle el manojo. Ya no te van a hacer falta, le dijo.11 agosto 2011
La búsqueda
Su madre le dejó en herencia un manojo de llaves. F se pasó los días buscando por el pueblo las cerraduras que tales llaves abrían: el refectorio de la iglesia, el establo de M, el desván apolillado de V. Le llevó años dar con ellas; aquel llavero heredado le permitió conocer uno a uno a todos sus vecinos que, intrigados por el misterio, le abrían las puertas de casa y lo invitaban a comer. Cuando cumplió noventa años sólo le quedaba un llavón por investigar. Se pasó meses repasando los payos, pajares y capillas que le faltaban; ningún portón cedió a su insistencia. Un día de labor se le ocurrió probar en el cementerio: le tembló la mano al ver que el bombín giraba a la par que su muñeca. Recorrió la senda hasta la tumba de su madre, quien se levantó para pedirle el manojo. Ya no te van a hacer falta, le dijo.05 junio 2011
Saturación
En esta casa no entrará ni una grasa saturada. Harto de ver cómo a su prole le crecían los glicéridos en los análisis o la chicha en la cintura, G comunicaba así su veto al colesterol. Todos acataron la decisión. A partir de entonces las visitas al supermercado se convirtieron en una especie de debate clínico: las etiquetas de las salchichas se comparaban, los ingredientes de las mantecas se interpretaban y las galletas se sometían a escrutinio para elegir las más cercanas a los cánones de salud. Con el tiempo, la familia de G se fue volviendo esbelta y lucida, pero con una mala uva que les granjeó el alejamiento de sus amistades. Agobiado por la amargura que había invadido su hogar, una tarde G dio una palmada en la mesa, corrió al hipermercado y volvió con un cargamento de morcilla, salchichón y pizzas. Todavía están ingresados.02 mayo 2011
El molusco inesperado
Llevaba varios días recibiendo llamadas de aquel hombre. No me recuerdas, le insistía. Pero H no se acordaba de él. Nos conocimos en uno de tus veraneos, en Tarifa. Soy el que te traía las caracolas. Desbordada por los viajes, por la presentación de su último libro, por el divorcio, H no sabía qué responder; lo siento, tengo prisa. Le gustaría haberle dicho, te recuerdo claramente, llevabas una lapa colgando del cuello; cuando corrías por la orilla te bailaba sobre el pecho, y yo la miraba y miraba hasta que estabas demasiado cerca. Pero tengo prisa. Y las llamadas seguían; le cambié el nombre a la barca, ¿sabes?, lo tapé con pintura verde y redibujé tus letras encima, a babor, para que lucieran con el sol de la tarde. Y una noche, al revisar los obsequios de sus lectores, H descubrió, en uno de los huecos de una caja de bombones, una lapa unida a una tira de cuero, de esas que sobreviven al tiempo.04 marzo 2011
El único
El meteorito le había impactado en el hombro. Entre el destello luminoso, el zumbido y el golpe, T tardó unos minutos en levantarse. Lo primero que pensó: mis ovejas. Demasiado tarde para correr tras ellas. Así que lo recogió del suelo y pensó, seré el único del pueblo con un souvenir estelar en su casa. Por fin tendría algo de qué hablar. Lo colocó sobre la mesa camilla, entre los portarretratos de la familia. De tanto mirar la composición, reparó en la foto en la que su padre posaba orgulloso con el pie sobre un pedrusco. Aquello no era un pedrusco. Lo mismo ocurrió con la imagen que mostraba a su abuelo guardando una piedra en el cofre del desván. T observó el meteorito y su réplica en aquellas fotos; su estirpe había sido elegida por una señal galáctica. Salió corriendo a la calle con ganas de compartir su hallazgo, pero entonces recordó que su único convecino había fallecido hace un mes.29 enero 2011
Bonjour tristesse
Su hijo nunca dejará de llorar. Los padres de F recibían el diagnóstico de que el llanto continuo de su pituso se debía a una alteración congénita del lagrimal. La ausencia de valvulilla hacía que a F el agua se le fuera por la patilla. No pasa nada, dijo su madre: la gente demasiado alegre me asusta. Así que F pasó del colegio al instituto y del instituto a la universidad entre algodones; nadie se atrevía a ofenderle, tenía un aspecto tan lábil. Y las lágrimas son contagiosas. Pero tal fragilidad era aparente; pese a hablar entre lloros, mostraba siempre un discurso conciliador. Y sucedió que, tras triunfar en la carrera diplomática, F llegó hasta la ONU. Por pura pena, los dirigentes fueron cerrando ante él pactos y acuerdos que establecieron una paz mundial sin precedentes. Las fotos de la época, que recogen invariablemente a un grupo inmerso en el llanto, elevaron la tirada de los diarios a límites insospechados.Fotocortesía: Andrés Martínez
16 enero 2011
Tendinitis alternativa
Fotocortesía: Andrés Martínez
28 noviembre 2010
Elogio de la parsimonia
C se veía obligado a vivir en la capital —y por lo tanto a correr—, así que se había buscado una válvula de escape que le permitiera recuperar la lentitud. Cada fin de semana esperaba un golpe de lluvia para, justo después, salir a la sierra en busca de caracoles. Cuando oteaba unos cuantos sacaba el premio (una ensaladita de escarola) y se agachaba a observar. Los caracoles ondeaban las antenas y rectificaban su senda en pos del vegetal; C identificaba a los más talentudos; aquellos que, con un objetivo claro, sorteaban ostáculos y avanzaban con parsimonia hasta alzarse con la escarola. Un día vio que uno de ellos tenía el caparazón cascado; le quedaban pocas horas de vida. Rápidamente se lo llevó a casa, donde le fue pegando a la luz de la lupa, con un palillo y mucho detalle, las grietas con cola de contacto. Después lo soltó y esa misma tarde el caracol ganó la carrera. Feliz, C se ajustó el caparazón y retomó el camino a la urbe.31 octubre 2010
Desconexión
28 septiembre 2010
Entre luces
13 septiembre 2010
El giro
Fotocortesía: Idoia Láinez
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