26 octubre 2008

Quieta

Debido a su problema de equilibrio, D tenía obsesión por las superficies planas. Llevaba consigo una canica que colocaba encima de cualquier silla; entonces le decía a su nieto, ves, no se está quieta. La dejes donde la dejes la canica siempre se desliza. Para evitar traspiés sus hijos le habían montado una barandilla por el pasillo; una cuerda que, atravesando varias guías, quedaba tensa a la altura de la mano. Al andar, D formaba un anillo con los dedos índice y pulgar para rodear el cordel, así se desplazaba hacia el balcón para ver el zigzag de los montes. Un día le pareció que la cuerda estaba laxa y llamó a su nieto; un simple mareo, le confirmó él. La dejó en la cama y se llevó la canica. En la biblioteca de la facultad, la apoyó sobre la mesa. No se movió. Probó a soplarla, a empujarla levemente con un lapicero. Permaneció quieta. Tropezándose con las sillas, cogió el móvil y salió.

L A M I C R O S C O P I S T A ©

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